miércoles, 5 de enero de 2011

Excusas sin excusa

Hay excusas que me enrojecen los ojos, me hinchan las venas de la frente y me provocan contracciones musculares rígidas en la mandíbula. Ni hablar del dolor de encías y los dientes sensibilizados más de lo normal.  "No tengo ganas" causa casi el mismo efecto, pero un motivo de ira es mejor que dos, y en mi caso, una raya más al tigre es como un ancla que se va volviendo más y más pesada en un lecho marino desfondable.
Sí, todo lo que vos quieras,  pero está el tema de mi sentido común ¿Qué excusa tengo para no usarlo? Porque tengo que buscar, y encontrar, una excusa para no usarlo, entonces se forma una cadena de cosas inentendibles, una tratando de explicar a la otra, seguida de un paréntesis, una aposición, un apéndice, un exordio y una promesa de edición remasterizada. Aclaraciones a pie de página con visitas obligadas al diccionario de la Real Academia Española y Biblias subrayadas con fibrón amarillo fosforescente. Un hipervínculo que te lleva a otro hipervínculo, que te lleva a otro hipervínculo, que te lleva a otro hipervínculo, que te lleva a otro hipervínculo...
Quizás tampoco pueda lidiar con la verdad, ni sellada apenas en la plancha, pero, al menos, quisiera excusas convincentes, con cierto enfoque psicológico, filosófico, histórico o moral, que me dejen pensando de ser posible, o, en última instancia, el mal apreciado "no puedo, después te explico", que me va a provocar la reacción adversa, es decir, que ansíe el momento postergado. Pero tampoco es para ilusionarse, porque la excusa va a tener que salir a escena en algún momento, y más vale que sea buena....