miércoles, 4 de enero de 2012

Fragmento pos(t)navideño y tardío

Lo reconozco, tropecé con el blog tarde aunque el fragmento de esta conversación que voy a copiar más abajo está en mi cabeza desde el 26 de diciembre. Creo que lo copio acá para exorcizarme de él y dar lugar en mi cabeza a otras cosas:

-Papá Noel te trajo un juego trucho (niña de 10 años le dice a su hermanito de 5. El niño empalidece de perplejidad. Mira el juego varias veces).
-No puede ser (sigue mirando el juego y  la pantalla esperando un milagro navideño).
-Se debe haber equivocado (dice un adulto ingenuo tratando de salvar la situación).
-Papá Noel nunca se equivoca (dice el niño).
-Te trajo un juego trucho, hay que decirle a mamá (dice la niña con un poco de incredulidad mientras el niño parece imaginar a su mamá retando a Papá Noel, pero quién sabe). 

El adulto, más confundido que el niño, no tiene mejor idea que copiar este fragmento en un blog.

Pregunta gravitante no minimalista

  No, el fin del mundo no se termina nunca, como tampoco se termina el fin, solo se estira sin temer a que se desgarre. El fin está a la vuelta de la esquina, a pie de página, cuando la aguja parpadea intentando evadirse del centro. Se trata de movimientos imperceptibles y continuos siempre alrededor de un centro. Y sí, cuando la vuelta se termina el extraterrestre de turno observa como la tierra envía señales desaforadas de luces, ruidos, estallidos de risas, llantos y palmadas en la espalda. El efecto es el de una onda luminosa y ruidosa que como un tsunami recorre todo el planeta acompañando la vuelta que éste da sobre sí mismo. No interesa tanto el fin como el principio. La conclusión posible sería que representarse el fin como tal es imposible, en realidad es más como un escalón, como una valla, como el cordón de la vereda, y menos como el abismo que imaginaban los antiguos occidentales (y orientales) un poco más allá de la línea del horizonte. Si lograbas llegar hasta allá la caída libre terminaba en la pata de un elefante o en el caparazón de una tortuga.
  Por supuesto, parece que quiero llegar a algo que no está libre de contradicción y sí está libre de racionalización. No importa, lo voy a escribir igual. El ser humano, ser finito, se sabe mortal pero no puede representarse como finito, y sí puede representarse sin problemas el infinito (y en consecuencia, como infinito él mismo). Imagino ahora una horda de libros de filosofía, religión, psicología, antropología, arrojándoseme (qué construcción verbal rara, no?) para que lea más y escriba menos pavadas. El ser humano no puede representarse el fin y por eso inventó los relojes. La noche es una pausa. El punto es una pausa. La enfermedad es una pausa. La pausa es el silencio en la melodía. El reloj es la maldición del capitalismo (y esto no tiene nada que ver). El fin del mundo es una siesta abajo de un árbol un día templado y agradablemente ventoso. O una gota de agua helada cayendo desde las máquinas de aire acondicionado en nuestras espaldas un día extremadamente caluroso tras una larga caminata por el centro de la ciudad de Rosario. La muerte ¿qué es eso?
 Quiero aclarar antes de irme a dormir que los párrafos precedentes tienen sentido hoy a las 3:53 de la mañana. Digo de la mañana porque la noche no es el fin del día anterior sino el principio del día siguiente, así como el domingo no es el último día de la semana sino el primero ¿Seguiré hablando de lo mismo? Insisto, mañana no sé si va a tener algún sentido esto que acabo de escribir, pero me divierte escribir mañana, aunque va a ser hoy dentro de un rato, pero en realidad ni mañana ni hoy tienen sentido.
Me voy a dormir...